El ícono del blues negro norteamericano Lorenzo Thompson maravilló anoche a 400 espectadores en un volcánico y memorable concierto en la sala porteña Caras y Caretas, acogedor escenario elegido por el mismísmo Charly García cuando decidió días atrás presentar por sorpresa su último álbum.
Foto : Guillote Fotografía |
Thompson, un artista de asombrosa completud -gran frontman, cantante y hasta bailarín- hizo su séptima y más resonante presentación en el país, tras cinco años de ausencia, junto al notable guitarrista argentino Daniel Raffo, al que conoció en 1997 y a partir de allí armaron una simbiótica relación musical que, para regocijo de tantos, sumará varios capítulos más, según adelantaron los propios protagonistas.
La banda, muy ajustada, equilibrada y sin ninguna fisura, como si fuera un equipo de ligas mayores que juega de memoria, incluyó a los locales Nandu Aquista en teclados, Juanito Moro (hijo del legendario y ya fallecido ex Los Gatos y Serú Girán, Oscar Moro) en batería, Martín "Chipi" Cipolla en bajo, Martín Munoa, alumno preferido de Raffo en guitarra rítmica, la impresionante Jorgelina Avigliano en saxo y Sandra Vázquez en la armónica.
En el noveno capítulo, que conformó un "popurrí" rotundo y ovacionado de pie por la entonces extasiada concurrencia, se produjo una aparición asombrosa, la de una "tal" Nina Portela, que con prominente panza de un embarazo de siete meses, desplegó increíbles dotes vocales. A no perder de vista a esta ilustre desconocida, que merecería llevar también la diez en la espalda.
Su actuación a dúo con Thompson cantando la emblemática e inoxidable "Superstition", de Stevie Wonder y una balada genialmente actuada sobre amores, desamores, desencuentros, súplicas y reconciliaciones, constituyó uno de los muchos grandes momentos que adornaron un recital de casi dos horas y media, pleno de magia, energía e inspiración sin límites.
De edad imposible de saber porque siempre se negó a revelarla, pero que se presume cercana ya a los 70 años, el músico nacido en Mississippi y desde los cinco años radicado en Chicago, la cuna del blues mundial, remató su clase magistral mediante un sentido homenaje a Pappo Napolitano, que hizo derramar a varios más de una lágrima.
Thompson, que no dejó de moverse, bailar e interactuar con el público bajándose continuamente del escenario, versionó en perfecto castellano una de sus canciones más emblemáticas, la melancólica y tristona balada "Desconfío de la vida", esa que dice que "un viejo blues, me hizo recordar, momentos de mi vida, mi primer amor, pero aquí estoy, tan solo en la vida, que mejor me voy".
Un rato antes, había deslumbrado con otro inolvidable clásico, el soul en son de balada "The Wonderful World", de Albert Collins y popularizado por el inmenso Ray Charles, que bailó con una adolescente de 17 años, Liza, a la que llamó especialmente para la ocasión.
Es, revelaría a la salida del teatro a Télam, "como si fuera un tío, casi un papá. Me conoce por mi mamá desde los cinco años y siempre me trae juguetes de Estados Unidos y todo lo que preciso para darle alegría a los niños enfermos, porque yo soy payasa de hospitales".
No sólo hubo blues en el colmado Caras y Caretas sino también soul, fusiones varias y casi diez minutos de frenético rock and roll con el tremendo tema de Roy Brown que popularizo
Elvis Presley "Good Rocking Tonight" que literalmente enloqueció a la afición, gran parte de la cual presenció la función de gala muchas veces parada o bailando en los pasillos.
Siempre cerca de la piel ajena, como lo indican los preciados códigos bluseros, Thompson, en el epílogo, se fue a abrazar con todos, acercándose a las butacas, y terminó su faena como uno más, compartiendo protagonismo, ese que le cedió toda la noche a sus músicos, a través de la arenga y de permanentes pedidos a la gente para que los aplaudieran.
Gentileza :Adrián Villegas - Telam -